“los antagonismos se desarrollan siempre y son actuales»

Entrevista con E. Minassian por Le serpent de mer, 30 de octubre de 2023.

1.

Llevas mucho tiempo interesado en lo que ocurre en Palestina, sin ser sin embargo un militante pro-palestino. ¿Qué tiene para decir una crítica orientado a la revolución sobre lo que está ocurriendo y lo que se está en juego allí?

Yo diría que lo primero es considerar que no hay dos bandos, uno palestino y otro israelí. Estas personas viven en el mismo Estado y en una misma economía. Dentro de este mismo conjunto, digamos israelo-palestino -pero que está completamente sujeto a Israel-, las clases sociales no sólo tienen diferentes estatutos jurídicos basados en criterios étnico-religiosos, sino que también están «zonificadas». La Franja de Gaza se ha convertido gradualmente en una «reserva-prisión» donde dos millones de proletarios están confinados en los márgenes del capital israelí. Pero este último sigue siendo su amo en última instancia. Los gazatíes utilizan moneda israelí, consumen productos israelíes y tienen documentos de identidad expedidos por Israel.

La «guerra» actual es, de hecho, una situación de militarización extrema de la guerra de clases.

Una «tierra para dos pueblos», tal cuadriculación de la situación en Israel-Palestina es absurda. En ningún lugar del mundo la tierra pertenece al pueblo. Pertenece a los propietarios. Puede que todo esto suene muy teórico, pero la propia existencia de las relaciones sociales hace que esta idea de «campos» se devuelva hacia aquellos a quienes pertenece: los gobernantes.

Los campos de refugiados de Cisjordania, que podrían considerarse el corazón palpitante de «Palestina», siguen siendo los suburbios de Tel Aviv. He pasado tardes escuchando a jornaleros de uno de esos campos contar cómo se producía la etnización de la mano de obra en las obras de la capital israelí: los promotores judíos asquenazíes, los palestinos de 1948 que prestaban servicios para el paso de la mano de obra de los Territorios Ocupados, los capataces judíos sefardíes, que también hablaban árabe, etc. Y luego están todos los demás proletarios importados: los tailandeses, los chinos, los africanos, que, como inmigrantes indocumentados, son de hecho aquellos cuya situación es la peor. Ninguno de ellos puede mezclarse, porque cada grupo tiene un estatus y un lugar distintos en las relaciones de producción. Pero estos mundos no son porosos, están anidados, se miran, se conocen.

Decenas de tailandeses que trabajan en la agricultura en los alrededores de la Franja de Gaza han sido asesinados y secuestrados por Hamás. Ahora los patrones israelíes retienen el salario de otros para obligarles a trabajar en la zona de guerra. Cualquier crítica social significativa de lo que está ocurriendo en Israel-Palestina debe incluir también el punto de vista de los trabajadores tailandeses. Este país no está llamado a pertenecer más a los proletarios palestinos que a los trabajadores tailandeses.

¿No es un poco evasivo intentar pasar por alto la «cuestión nacional» en Israel-Palestina?

Israel ha conseguido producir una situación única en el mundo: la integración en el Estado de un proletariado etnificado («judío»), contra el resto del proletariado, también etnificado («árabe»). El Estado israelí ha organizado la acumulación de un capital «nacional» en un tiempo récord, ha organizado la importación de un proletariado «nacional» y se ha erigido en guardián de la existencia y de la reproducción de éste, cuya propia existencia se vería amenazada por otra franja proletaria («palestina»). Pero si nos quitamos las gafas de la fantasmagoría del «Estado como garante de la existencia de los pueblos», queda claro que el proletariado judío de Israel constituye una especie de botín de guerra en manos del Estado.

No es el caso del proletariado palestino, donde las dinámicas de lucha han conservado cierta autonomía, coexistiendo de forma compleja con las lógicas instrumentales de su marco político nacionalista.

Puede parecer contraintuitivo, pero creo que debemos considerar que Hamás es un subcontratista de Israel para la gestión del proletariado de la Franja de Gaza. Como decía, este último, en última instancia, «depende» del capital nacional israelí. Mientras este último no haya optado por autorizar el desarrollo de otra entidad capitalista, «palestina», a su lado, el proletariado de Gaza, aunque esté confinado, está incluido en sus circuitos. Esta situación no puede prescindir de una formación social externalizada encargada de regular a los recluídos: no hay cárcel sin vigilantes.

Lo que está ocurriendo no es una guerra inter-imperialista. Es esencialmente un «asunto interno», en el que los campos «nacionales» son una cortina de humo. No hay lucha proletaria en los acontecimientos actuales. La militarización de los antagonismos, producida concertadamente por Hamás y la clase dirigente israelí, produce una “resistencia” que no contiene ninguna lógica de lucha proletaria autónoma ni siquiera incipiente.

No es una guerra, sino una gestión del proletariado supernumerario con medios militares que son los de la guerra total, por parte de un Estado democrático, civilizado y perteneciente al bloque central de la acumulación. Estos miles de muertos me parecen tener un significado particular. Pintan un cuadro aterrador del futuro, de las crisis del capitalismo que se avecinan.

Pero una gestión del proletariado supernumerario por medio de bombardeos en alfombra que, en la forma en que es vista como legítima por todos los Estados centrales del espacio capitalista, hace que lo que está ocurriendo ahora forme parte de una ofensiva global. En Francia, este carácter global es particularmente sobresaliente: hemos entrado en una fase en la que incluso las formulaciones políticas detrás de consignas humanistas son reprimidas -ahí donde podrían producir encuentros con una actividad callejera de las clases peligrosas. No hay una “importación” del conflicto, hay una ofensiva global. En este sentido, para nosotros en Francia, la lucha se está librando realmente aquí, contra Francia. Tenemos que traicionar a nuestra propia nación, siempre que sea posible.

2.

¿Qué gana Hamás con esta situación?

Antes del 7 de octubre, mi idea de la situación era la siguiente: por un lado, una ofensiva de la extrema derecha colonial, tanto para anexionarse Cisjordania como para apoderarse de los engranajes del Estado israelí. Por otro, dos aparatos estatales palestinos, que viven exclusivamente de las rentas, interesados únicamente en reproducirse como tales. Tenía en mente que estos poderes estaban a la defensiva, y que para lo que se estaban preparando era sobre todo para enfrentarse a una pérdida de control sobre las poblaciones a su cargo, tanto en Gaza como en Cisjordania.

Entre mis interlocutores en Cisjordania, ya fueran académicos de izquierdas o sub-proletarios armados, todos me decían hace unos meses: «Hamás no apoya a la resistencia sobre el terreno. Está pensando en sus propios intereses».

Y de hecho, Hamás no se comportó como una organización de lucha, sino como una estructura militar, como un Estado. Pero su operación era especial en el sentido de que contenía necesariamente la perspectiva de una respuesta israelí, frente a la cual se encontraría en una situación de inferioridad imponente. Hamás se comporta como un Estado pero sin los medios de un Estado, y sacrifica parte de los intereses de una parte de su aparato y de su base social en Gaza, con la esperanza de tener más en el futuro. Muchos de sus dirigentes perderán la vida en el proceso.

La operación del 7 de octubre es un acto sorprendente por parte de una clase dirigente, pero creo que se explica sobre todo por las contradicciones que atraviesan al propio Hamás. Es una hipótesis, pero no es inconcebible que la operación del 7 de octubre fuera concebida por el brazo armado de Hamás, sin consultar demasiado con la dirección política. (También es concebible que la magnitud de la brecha que se abrió en el muro sorprendiera a los propios diseñadores del ataque, que tal vez pretendían llevar a cabo una especie de operación suicida, sin esperar un semejante colapso militar israelí, que abriera la puerta a masacres a gran escala).

La operación del Hamás no es en absoluto un delirio milenarista fanático. Es una apuesta arriesgada, pero que podría dar sus frutos. Las opciones de Israel son limitadas. Está la vía de la negociación, la vía de la guerra regional y no hay mucho entre medio. Pero sigue siendo una apuesta, porque no es seguro que el Estado y el capital israelí opten por la estabilización.

En cualquier caso, la etapa de la «masacre», con su campo de tumbas, es inevitable, pero ésa es otra cuestión, y obviamente no preocupa en absoluto a los dirigentes.

Dices que Hamás se comporta como un Estado, pero sin medios para ello. También dices que si sacrifica algunos de sus intereses, lo hace para tener más después. ¿Podrías precisar más?

Simplemente para ser reconocido en el marco de las negociaciones. Probablemente no con vistas a un acuerdo de paz, todavía no hemos llegado a ese punto y, en realidad, no creo que ni Hamás ni Israel tengan ningún interés en un acuerdo global. Pero la erradicación de Hamás, desde el punto de vista israelí, no es una posibilidad seria. Demostrando su capacidad militar, Hamás pretende establecerse como una fuerza a tener en cuenta en el equilibrio de poder regional.

El fracaso de la reanudación de las negociaciones entre Irán y Estados Unidos en los últimos años demuestra que no es momento de «soluciones». Para Hamás, como todo el mundo dice, se trata de bloquear la solución estadounidense de un acuerdo entre Israel y Arabia Saudí. Lo que tiene que ganar en el asunto es, en primer lugar, establecerse como interlocutor con los países árabes de la región, seguir marginando a la OLP [Organización para la Liberación de Palestina, a la que pertenece Fatah, pero también el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP)] en Cisjordania y en el Líbano. Significa conquistar pequeños mercados de representación palestina en detrimento de su competidor de la OLP.

¿Son realmente tan estrechos los intereses en juego?

No sé muy bien cómo responder a esa pregunta. Por supuesto, esta operación militar y la guerra que inicia deben verse también en un contexto global en el que los canales de regulación capitalista están en proceso de romperse el hocico.

La guerra es siempre, creo, un intento de resolver la crisis de valorización capitalista, como una operación de desacumulación. Pero también es la expresión de la ruptura del equilibrio que preside la relación Estado-capital. Es un momento de crisis en el que el control del capital, del capital global, sobre el Estado se afloja en beneficio de la monopolización del Estado por determinados sectores capitalistas particulares, o incluso clanes y políticos. La guerra entre capitalistas no es sólo una guerra entre imperialismos. Enfrenta a múltiples actores que, en ausencia de salvaguardias, harán a veces apuestas arriesgadas, jugándoselo todo a una carta para intentar sacar provecho de una convulsión de las fuerzas presentes. Este es el tipo de espiral al que asistimos desde la guerra de Ucrania. Los frentes congelados están resurgiendo: hemos tenido Karabagh, ahora es Gaza.

Los estados mayores avanzan, ensayan planes, ponen a prueba la resistencia y se lanzan. Eso es lo que quieren hacer espontáneamente, todo el tiempo. Lo que nos ha sorprendido en los dos últimos años es hasta qué punto parecen estar resquebrajándose las salvaguardias que les frenaban.

¿Cuál es la naturaleza del dominio de Hamás sobre la población de Gaza? ¿Cómo consolida su poder? ¿Qué ganan con ello sus dirigentes? ¿Qué vínculos (abiertos o no) mantienen con Israel?

Hamás es un movimiento descendiente de los Hermanos Musulmanes. Como en la mayor parte del mundo árabe, se desarrolló en los años setenta y ochenta en el seno de la pequeña burguesía palestina, en los Territorios y en la diáspora. Desde su entrada en la lucha contra Israel durante la primera Intifada, esta base social se amplió para incluir segmentos más proletarios, antes de que el control del territorio de Gaza y su militarización cambiaran profundamente su naturaleza. Se encontró, como se ha dicho, en la posición de un aparato de Estado, con la necesidad de integrar muchos intereses categóricos diversos y antagónicos, de hacer malabarismos entre ellos y de arbitrar entre ellos. Al mismo tiempo, dado que Gaza no es un verdadero Estado, Hamás también se ha convertido en un partido-milicia, comparable a Hezbolá en Líbano.

Estas dos evoluciones tienen una dimensión contradictoria. Mi hipótesis es que la guerra actual marca, en cierto modo, la victoria de la segunda lógica sobre la primera. El brazo armado ha prevalecido sobre el aparato de Estado; los circuitos rentistas militares (que provienen de Irán) han prevalecido sobre los circuitos rentistas civiles (que provienen de Qatar).

Hamás es un movimiento interclasista, lo que explica sus movimientos erráticos. A mediados de la década de 2000, la burguesía comercial de Cisjordania llegó a identificarse masivamente con él: el movimiento ganó las elecciones legislativas de 2006 como el partido del orden: prometía poner fin al caos de seguridad, silenciar las armas, luchar contra la corrupción y desarrollar un aparato estatal de probidad, que garantizara el orden social, con una redistribución social basada en la caridad. Paradójicamente, parecía ser el partido anti-Intifada, y la mayoría de las personalidades influyentes de los dos centros económicos de Cisjordania, Naplusa y Hebrón, se pusieron de su lado en aquel momento, mientras seguían vinculados a los intereses económicos jordanos. Hamás ganó las mismas elecciones legislativas en Gaza, pero presentando las consignas de resistencia y reclutamiento militar dirigidas al lumpenproletariado de los campos de refugiados. La lógica no era de levantamiento ni de movimiento social, sino de clientelismo militar. A diferencia de Cisjordania, en Gaza no existe una burguesía mercantil urbana.

Desde entonces, el interclasismo no ha estallado. Hamás sigue utilizando lógicas de movilización opuestas. El jefe de su brazo armado, Mohammad Deif, es una especie de icono mítico, superviviente de numerosos intentos de asesinato selectivo. Se disfraza de James Bond para hablar con los adolescentes de los campos de refugiados, mientras los dirigentes en traje y corbata pasan su tiempo en hoteles de 5 estrellas de Qatar y comen todo tipo de delicatessen con ministros y capitalistas del mundo árabe y turco. Y si es la franja de Mohammad Deif la que lanza una operación como la del 7 de octubre, la franja de traje y corbata lo deja pasar porque tiene esperanzas secretas de cosechar los frutos en los pasillos diplomáticos.

Soy más circunspecto sobre lo que piensa la burguesía compradore de la Gaza-city, mientras sus residencias son arrasadas por las bombas.

¿Cuáles son las características de la explotación de los proletarios en Gaza?

He pasado bastante tiempo en Cisjordania, pero no conozco directamente la Franja de Gaza. Por su situación política y geográfica, próxima a una zona de intensa acumulación capitalista, podría decirse que Gaza es uno de los grandes «vertederos» de Israel. Pero incluso en los basureros capitalistas hay divisiones sociales.

En resumen, ¿es una especie de ghetto? Concretamente, ¿tienen trabajo (formal o no) los proletarios de Gaza, o debemos considerar que la mayoría de ellos son supernumerarios?

«Supernumerarios», en el sentido de que el trabajo en Gaza no permite casi ninguna acumulación capitalista. El capital que circula en Gaza procede esencialmente de rentas (y aun así, son rentas muy pequeñas): rentas de la ayuda exterior (Irán y Qatar), rentas de situaciones de monopolio (los túneles). Los beneficios generados no son el resultado de la explotación del trabajo por los capitalistas. La reproducción de los proletarios y la valorización son dos procesos distintos, como diría el otro. La inmensa mayoría de los patrones son pequeños y el Estado no regula nada.

Gaza es una zona completamente al margen de los circuitos de valorización capitalista, como muchas otras periferias del mundo. No existe una «burguesía nacional», porque no existen capitales gazatíes. Tampoco existe una «burguesía tradicional», como en Cisjordania o Jerusalén: viejas familias basadas en un capital mercantil y propietario retógrado pero todavía eficaz en las relaciones sociales. En Gaza, en cambio, existe una nueva forma de burguesía «compradore», basada en las rentas de circulación. No se trata de una clase en sentido estricto, sino de una formación social que obtiene ingresos masivos de su posición de intermediario en los intercambios con capitalistas extranjeros (en contraposición a una burguesía con intereses en el desarrollo de la economía nacional).

Parte de esta burguesía coincide con el aparato político de Hamás, porque el capital que circula procede en gran medida de una renta de carácter geopolítico, proveniente de Estados como Qatar o Irán. Pero también hay otras rentas, vinculadas al tráfico fronterizo con Egipto, por ejemplo. Se han creado fortunas en torno a los túneles de contrabando, y aquí nos encontramos más bien en el ámbito de lo feudal globalizado, típicamente una relación patrones-trabajadores. En 2007, se produjeron intensos enfrentamientos armados entre formaciones sociales basadas en clanes y el aparato político-militar de Hamás en Rafah, en el sur de la Franja, por la fiscalidad de la circulación de mercancías.

Hamás, a diferencia de la Autoridad Palestina (AP), no se encarga de los servicios públicos, ni paga los salarios: éstos los paga siempre la AP. Además, se trata de un chantaje permanente: la AP recorta o reduce regularmente los salarios de los funcionarios de Gaza para debilitar a Hamás.

También con cierta regularidad, y sin duda en parte como consecuencia de ello, se producen movilizaciones «sociales» en demanda de dignidad: normalmente agua, electricidad y salarios. Hamás las reprime, de forma más o menos violenta, pero con una cierta moderación que sugiere que se cuida de no echar leña al fuego. La actual ofensiva militar está en continuidad con un episodio similar que tuvo lugar este verano. Es fácil imaginar que existe un vínculo, o al menos una lógica, entre estos dos tipos de acontecimientos.

Desafiar a Hamás como gestor y apoyar a Hamás como combatiente no son en absoluto antagónicos. El primero atenta contra tu dignidad, mientras que el segundo la vengará. Sin Hamás-combatiente, Hamás-gerente probablemente tendría que enfrentarse a un desafío mayor en Gaza.

Dices que «conoces» mejor Cisjordania que Gaza. ¿Existen grandes diferencias entre estos dos territorios o, por el contrario, asistimos a dos variantes de la misma lógica?

La Franja de Gaza ha sido durante mucho tiempo el «vertedero» de supernumerarios que he mencionado antes. Un territorio minúsculo al que se empujó una avalancha de refugiados en 1947-1948, sumergiendo a la población local, que era esencialmente campesina. Allí no hay recursos. En Cisjordania, la estructura de clases es diferente, con ciudades y notables. Y hay recursos agrícolas e hídricos, que Israel monopoliza. Los salarios son el doble y hay algunas industrias, éstas descansan en una integración relativa entre la clase compradore de la AP y el capital israelí. Al Fatah, que gobierna las ciudades, es un partido que ya no tiene ninguna coherencia social. En 2006 perdió las elecciones frente a Hamás. En 2007, dio un golpe de Estado, apoyado por Israel y Estados Unidos, para conservar los resortes del poder público en las ciudades de Cisjordania, «abandonando» Gaza a Hamás. Desde entonces, carece de legitimidad basada en cualquier forma de procedimiento democrático. Su poder se basa en la cooperación con Israel, oculta tras una retórica nacionalista que suena hueca. Gobierna enclaves separados entre sí, cada vez más cercados por asentamientos, los que son regularmente penetrados por el ejército israelí. En cuanto al proletariado de Cisjordania, está más integrado en el capital israelí que el de Gaza. Muchos trabajadores palestinos de Cisjordania trabajan, legal o ilegalmente, en territorio israelí o en los asentamientos. Tienen vínculos económicos con los palestinos de 1948, aquellos que tienen la ciudadanía israelí; a menudo hablan hebreo.

¿Qué está ocurriendo en Cisjordania en estos momentos? ¿Qué está haciendo Al Fatah? ¿Existen fuerzas sociales o políticas de carácter más o menos proletario que puedan fortalecerse en la crisis actual?

La Franja de Gaza me parece perdida por el momento desde el punto de vista de una posible actividad proletaria. La situación es diferente en las ciudades de Cisjordania, donde la lucha interpalestina por el control político se desarrolla desde hace años con manifestaciones autónomas de lucha de clases. El control social está garantizado conjuntamente por un aparato de seguridad dirigido por capitalistas compradore dependientes de Israel y baronías urbanas vinculadas a Jordania. La coherencia de esta clase sigue desintegrándose, Al Fatah ya no regula nada y cada cual intenta labrarse su propio feudo a costa de los demás. El acontecimiento esperado que debía aclarar todo esto era la muerte del dinosaurio paranoico Mahmud Abbas, pero las cosas están destinadas a acelerarse.

Hamás lleva quince años inactivo en Cisjordania. Sin actividad pública ni militar directa. Mantiene lealtades, pero discretamente. Los grupos armados que han reaparecido en el Norte (Naplusa, Yenín, Tulkarem) no tienen ningún vínculo con ellos. Esta pasividad da la impresión de que Hamás ha aceptado la situación y no quiere romper el statu quo. Entre los grupos armados de los campos de refugiados, esto dio mala fama a Hamás: era la otra cara de Al Fatah, todo palabrería, intereses políticos separados de los del pueblo. Y ahora, esta operación ha cambiado claramente la situación en términos de percepción. Nos guste o no, les va a hacer mucho bien. La bandera de Hamás ya ondea prácticamente en todas las manifestaciones, algo inimaginable hace un mes. ¿Combatirá Hamás directamente a la AP por el poder en Cisjordania? Es poco probable, porque sus actividades están estrechamente vigiladas no sólo por la AP sino también por Israel, y los enclaves palestinos de Cisjordania no forman un territorio coherente, por lo que no puede mantenerse militarmente sin negociar con el ejército israelí. Pero puede cambiar su estrategia y apoyar las actividades de los grupos armados de un modo u otro.

Pase lo que pase, las cosas van a cambiar. La AP tendrá dificultades para mantener el control de la seguridad. La coherencia del estamento político y de seguridad se verá seriamente puesta a prueba.

Paralelamente a la ofensiva contra Gaza, el ejército y los colonos han lanzado una serie de ataques contra Cisjordania. Esta ofensiva se intensificará, con su cuota de masacres, más limitadas que en Gaza, pero también sin duda más «autoorganizadas».

Sin embargo, siento cierta expectación ante la idea de que el peso nocturno de represión e inmovilidad producido por la AP durante los últimos 15-20 años será barrido, y que el colapso de la policía permitirá la explosión social que tanto se ha esperado. Las relaciones de clase en Cisjordania son excepcionalmente violentas. La burguesía cisjordana se ha beneficiado durante mucho tiempo de esta situación de cooperación con Israel, se ha saciado hasta el hartazgo, sería bueno que se apreten un poco las nalgas.

Desde hace algún tiempo hay protestas sociales en Israel contra Netanyahu y, en particular, contra su reforma del sistema judicial. ¿Qué consecuencias tienen estas luchas (si es que tienen alguna) para la situación actual? ¿En qué medida las resistencias «civiles» de la población israelí (por ejemplo, las recientes luchas contra la reforma de la justicia) expresan tales aspiraciones?

La guerra también me parece un síntoma de la pérdida de coherencia de la clase capitalista; y al mismo tiempo la unidad militar oculta esta pérdida de coherencia. El colapso militar israelí del 7 de octubre parece derivarse en gran medida de la lucha que atraviesa a la clase capitalista israelí y que, por primera vez, ha alcanzado a la institución militar. En los últimos meses, la lucha ha sido intensa y se ha extendido a las calles. El viejo Israel, askenazí, burgués, laico y militar, que se acumula verticalmente en Tel Aviv, ha chocado con la extrema derecha en el poder, sefardí, revanchista y que se acumula horizontalmente en las colinas de Cisjordania. Pero nada proletario ha desborado en estas manifestaciones. Peor aún: nada democrático, en el sentido «civil», como tú dices. El proletariado en Israel, que sin embargo sufre un alto nivel de explotación, está amordazado por su integración existencial en el Estado militar.

La unión nacional bélica esconde temporalmente bajo la alfombra esta lucha en el seno de la clase dominante israelí: todo el mundo está de acuerdo en que hay que ahogar Gaza bajo una alfombra de bombas rasantes, y en que hay que poner también un manto de seguridad de plomo. Desde el comienzo de la movilización general bélica, se ha iniciado la caza del enemigo interior. Se trata del puñado de izquierdistas que quedan, pero también y sobre todo del proletariado musulmán (los palestinos de 1948), cuyo menor gesto de solidaridad hacia las víctimas de los bombardeos indiscriminados es perseguido. ¿Qué ocurrirá dentro de unos meses? ¿Llevará la guerra a un alineamiento de la clase dominante con el partido de los colonos? Aunque la mayoría de la burguesía desprecia al partido de los colonos por su atraso religioso, es sin embargo el partido más en sintonía con la movilización de linchamiento y caza de árabes, que no parece que vaya a terminar pronto.

3.

¿Crees que el esquema de análisis puramente colonial es eficaz para definir las relaciones entre Israel y el proletariado palestino?

Sí y no, obviamente. Nos encontramos en una situación en la que lo que está en juego no es tanto la explotación de una mano de obra autóctona como la gestión de una población proletaria excedente, en proporciones únicas dentro de los centros de acumulación capitalista. Por cada trabajador con un contrato de trabajo en Israel, hay otro mantenido en uno de los grandes suburbios cerrados que constituyen los centros de asentamiento bajo jurisdicción palestina: la Franja de Gaza y las ciudades de Cisjordania. Son casi cinco millones de proletarios aparcados a pocos kilómetros de Tel Aviv, invisibles, viviendo de la venta de su fuerza de trabajo día a día, vigilados por soldados para que no salgan de sus jaulas.

Este gran confinamiento, esta operación de separación entre proletarios útiles y proletarios supernumerarios sobre una base étnico-religiosa, comenzó al mismo tiempo que el proceso de paz, que era en realidad un proceso de externalización del control social de los supernumerarios. Anteriormente, en las décadas de 1970 y 1980, los palestinos eran empleados masivamente por el capital israelí.

En este sentido, el término «colonial» es algo inapropiado para describir la relación social que ha prevalecido desde principios de los años noventa en Israel-Palestina. También tiene el inconveniente de confirmar una oposición entre dos formaciones nacionales, que de hecho se producen y reproducen juntas. Los trabajadores palestinos e israelíes son segmentos de un mismo todo. Lo que está ocurriendo desde el 7 de octubre debe considerarse como una negociación mediante la violencia entre el subcontratista de Gaza y su empleador israelí. En este sentido, debe distinguirse claramente de la lucha de los proletarios palestinos, contra la que los subcontratistas de Hamás y la AP están en primera línea. Una lucha que nunca ha cesado, pero a la que el reclutamiento nacionalista asestará un duro golpe, al menos en Gaza.

Más allá de cualquier consideración moral, el término «resistencia», que remite al imaginario colonial, me parece inadecuado para describir la operación militar del 7 de octubre: los intereses de Hamás no son los de los proletarios, no son los -por utilizar el término actual- del «pueblo palestino». Sea cual sea el resultado de estas negociaciones, los proletarios de Gaza serán los sacrificados: ya lo son. En este momento, si Israel tuviera ganas de deshacerse de su subcontratista, eso significaría que tendría ganas de deshacerse de sus proletarios sobrantes. Una cosa no puede ir sin la otra.

Pero, por otra parte, no creo que podamos prescindir de un esquema analítico apoyado en lo colonial.

Israel ha heredado la lógica europea de «animalizar» la fuerza de trabajo en función de criterios raciales, de trazar una barrera entre el mundo civilizado y el mundo precivilizado. Este paradigma está en pleno apogeo en Israel, y de una forma asumida. En este momento, la población de Gaza está siendo masacrada según esta lógica: se la ahoga bajo bombas sin otro objetivo político que «amansarla», recordarle la jerarquía que separa a los grupos humanos en esta parte del mundo. Si un perro muerde, la manada es masacrada.

Es importante recordar que las fronteras entre lo civilizado y lo animal son fluidas. Han estado y siguen estando activas dentro de la propia ciudadanía judía israelí. Durante mucho tiempo, los judíos árabes (mizrahis) y los judíos etíopes (fallashas) estuvieron en el lado equivocado de la barrera, actuando como una especie de auxiliares indígenas para apaciguar a otros indígenas.

Lo colonial, como legado del periodo colonial propiamente dicho, genera una especie de economía de «pulsional» en torno a la cual se teje la construcción de las categorías sociales -y esto es sólo la imagen gruesa de lo que ocurre en toda la «fortaleza» constituida por los países centrales de la acumulación capitalista, como podemos ver con la transferencia inmediata de la «guerra de civilización» a Francia.

La dinámica actual, con su lógica de puesta en reserva de los proletarios excedentes, conlleva un torrente de afectos basados en la humillación. Ante la imposibilidad de intervenir colectivamente en la relación social, la impotencia produce una doble lógica del resentimiento: búsqueda de reconocimiento, por un lado, y venganza, por otro.

Es porque no tienen una burguesía en la que puedan apoyarse, porque no tienen un proletariado al que ellos mismos exploten, que políticos como los de Hamás se ven abocados a apoyarse en la explotación de estos afectos, de los que se convierten en la encarnación -a falta de algo mejor, a falta de algo más.

Volviendo a Israel, si consideramos que la acumulación capitalista se basa en gran medida en la «economía de guerra» permanente + en la apropiación de tierras + en la explotación del proletariado palestino más o menos formal, ¿deberíamos considerar que cualquier «solución» (por ejemplo, una «solución de dos Estados») es decididamente imposible?

A partir de los años 1990, cuando Israel quiso deshacerse de la gestión de la mano de obra palestina en los Territorios, la confió a un subcontratista, la Autoridad Palestina. Pero Israel no respeta el contrato que debía conducir a una forma de soberanía simbólica. Maltrata a su subcontratista. Así que el subcontratista se rebela: es la segunda Intifada, en la que se mezclan una lucha de la AP contra su patrón y una lucha proletaria total, contra Israel y contra el subcontratista, pero que resulta sofocada por la triangulación. Al final de esta secuencia histórica, los subcontratistas de la AP se dividen. Un subcontratista maltratado pero dócil en Cisjordania; otro subcontratista maltratado y bullicioso en Gaza. Hamás puede ser tratado como un enemigo, pero el hecho es que Israel no puede prescindir de un subcontratista en este contexto.

Echemos un rápido vistazo a este proceso y a su fracaso. ¿Por qué los capitalistas no aprovecharon la «paz» que consistía en apoyar un «proceso nacional» palestino en Gaza y Cisjordania? Lo que tenían en sus manos en aquel momento era la apertura de un mercado regional con los países vecinos, la posibilidad de invertir en países donde la mano de obra era barata. Hubiera bastado con dejar a la Autoridad con los atributos de un Estado-residuo, financiado a distancia por donantes externos, que hubiera seguido siendo un mercado cautivo. Para mí, la respuesta a esta pregunta no está clara. Planteo dos hipótesis. La primera es la del peso del capital «militar», apoyado por la renta militar que se vierte en Israel desde Estados Unidos. Este capitalismo militar, vinculado al sector de la alta tecnología, se internacionaliza por encima del mercado regional. La segunda hipótesis considera el fracaso del proceso de paz como parte de la gran catástrofe que supuso el intento de Estados Unidos de remodelar Oriente Próximo en la década de 2000. Sería entonces en la apuesta de una fluidificación de la circulación de los capitales en la región, por medios militares, que Israel se habría mantenido, antes de darse cuenta de que era posible la subcontratación sin tener que ceder nada a las autoridades vigentes en las reservas palestinas. Esto duró casi veinte años. En este contexto, surgió incluso la perspectiva de abrir nuevos mercados en el mundo árabe (los llamados acuerdos de Abraham y las nuevas perspectivas de la pax americana con Arabia Saudí), y es sin duda esta situación la que acaba de hacerse añicos. Lo que quedó claro el 7 de octubre fue que la ecuación de tener su pastel y comérselo también no es defendible: tendrá que tratar con los carceleros palestinos de las reservas palestinas para contener los guetos-reservas construidos en su territorio, o deshacerse de ellos, lo que claramente abriría una nueva página en la historia de la violencia capitalista en los países del bloque central de acumulación. No es imposible y nos hace estremecer.

La idea de un «pueblo palestino», a pesar de las divisiones sociales, ¿no es acaso aún menos operativa, incluso en el seno de las clases dominadas?

Creo que la crítica social consiste ante todo en producir categorías que nos permitan pensar los antagonismos en términos de contradicciones sociales. En un contexto como el de Israel-Palestina, esto puede parecer una operación que viene a torcerle el brazo a las categorías subjetivas que circulan, y a partir de las cuales se construyen los afectos de combate, sobre lo que se percibe como identidad.

La idea del «pueblo palestino» como categoría opuesta a «Israel» es evidentemente eficaz en muchos lugares: en los documentos de identidad, y en la mente de la mayoría, también como medio de legitimación de las luchas proletarias.

Pero la etnización de las relaciones sociales tiene una historia, que es ante todo la de las clases dominantes: es la historia de la formación de una burguesía capitalista judía para erradicar a una burguesía feudal-mercantil árabe; la fusión de esta burguesía con un Estado militar, etcétera. Los proletarios se ven atrapados en esta etnización de los antagonismos en el seno de la clase dominante.

Nunca debemos perder de vista que en la «lucha palestina», incluida la que se libra bajo la bandera de Hamás, hay que leer ante todo una lucha librada por las clases sociales dominantes árabes -o por quienes aspiran a invertirse en ellas- para su integración en el capital israelí. Los intereses de los proletarios, aunque a veces se encuentren bajo la bandera de la lucha nacional, son en última instancia contradictorios con los de su burguesía.

Creo que la solidaridad debe darse no a la «resistencia palestina», sino a las luchas libradas por los proletarios contra las condiciones de su existencia. Pero los proletarios luchan bajo las banderas que tienen a su disposición. No hay que fijarse en la bandera, sino en las propias luchas. Una bandera palestina, e incluso una bandera de Fatah o de Hamás, son potencialmente banderas de lucha que, según el contexto, escapan a los gestores políticos. Por cierto, no es porque sean islamistas por lo que hay que cagarse en Hamás, sino porque es un aparato de regulación del proletariado, un Estado en gestación.

El hecho es que esta crítica social puede parecer a veces increíblemente fría y alejada de la experiencia de una lucha que moviliza a otras categorías. El sombrero que me pongo para hablar de materialismo dialéctico en frío no es el mismo que cuando la situación se despliega ante mis ojos, con su violencia, sus luchas, sus subjetividades.

En un contexto tan cargado de identificaciones, ¿una crítica materialista no corre el riesgo de parecer demasiado distante?

Me parece que, en un contexto así, el reto no es mantener una posición, sino un punto de vista, un método. Un punto de vista revolucionario consiste, en primer lugar, en no dejarse cegar por la autonomización de las categorías morales manipuladas por la izquierda. Veo dos de estas categorías que amenazan constantemente, en las discusiones, en este momento, con aplastar el pensamiento de orientación dialéctica.

La primera es el reflejo del lamento sobre el tema «el proletariado no es como nos gustaría que fuera»: proletarios musulmanes antisemitas, proletarios judíos racistas. Aparte de que este tipo de pensamiento -que consiste en mirar la interioridad del proletario desde una posición intelectual- es por naturaleza burgués, resulta particularmente inadecuado en una situación que es la de un antagonismo en el que no se manifiesta ninguna forma de autonomía proletaria.

Lo que se despliega actualmente es una lógica de reclutamiento del proletariado, por un lado, y la pura masacre de proletarios supernumerarios, por otro. Así que algunas personas van a echar de menos los lindos viejos tiempos en los que las formaciones políticas palestinas (y, presumiblemente, el propio pueblo) eran de izquierdas. Me parece que esto es una tontería. La ideología de los grupos políticos, siempre que consideremos que ante todo están en lucha para que sus dirigentes puedan erigirse y reproducirse como clase dominante, es secundaria. En cuanto a los métodos, sólo me gustaría señalar, por ejemplo, que fue un comando del DFLP [Frente Democrático para la Liberación de Palestina], formación palestina ideológicamente de extrema izquierda (y vinculada a elementos de la extrema izquierda israelí), el que cometió la masacre de 22 niños en una escuela de Ma’alot en 1974.

Un segundo reflejo de pensamiento problemático consiste en dejar que la metafísica se cuele en el análisis. Este pensamiento metafísico está contenido en la idea de repetición, que fija y aturde. Está presente en las elaboraciones en torno a las «masacres de judíos», pero también en torno a la «tragedia palestina». Estas elaboraciones, que pueden desarrollarse autónomamente en las profundidades de la psique, son sin embargo puros productos de la manera en que el pensamiento burgués desplaza las relaciones sociales al ámbito de las ideas.

Dejemos de lado las historias de farsa y tragedia: la historia no se repite: los antagonismos que se desarrollan son siempre, ante todo, antagonismos actuales.

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